La «Estrategia China + Uno» ha transformado el panorama de las inversiones internacionales, impactando directamente en la economía global y redefiniendo las relaciones comerciales en la región. A finales del siglo pasado y comienzos del presente, China ha sido una suerte de tierra de promisión en la que sus excelentes infraestructuras, sus redes de cadenas de suministro y sus salarios bajos estimularon las inversiones; las aperturas de filiales o sucursales; o las operaciones de fusiones y adquisiciones. Sin embargo, la situación parece haber cambiado de forma llamativa, como consecuencia de diversos factores, en unos casos de naturaleza política, resultantes de las tensiones geopolíticas entre China y Estados Unidos en el Océano Pacífico, o de las disputas territoriales entre China y Japón, o entre China y Filipinas, en el Mar de China; en otros, de naturaleza comercial, procedentes de la imposición recíproca de aranceles entre Estados Unidos y China; y en otros, en fin, de naturaleza interna, dimanantes de la crisis demográfica china, del incremento de los costes laborales o de la gestión de la pandemia.
Esto ha llevado a algunos medios a preguntarse, como ha hecho recientemente The Economist,«Who’s in control ? Why investors are losing faith in Xi Jinping?», a reconocer que «China is becoming more suspicious of foreign business» y a sugerir que «Regaining investors’ trust requires a rethink of the state’s role in the economy». En este contexto, no resulta extraño que el mismo medio haya admitido, tras recordar que el año pasado el Indice China-CSI 300 de Shanghai ha caído un 22%, y el Indice Hang Seng de Hong Kong un 30%, que «Foreign investors have fallen out of love with China», o que «Optimism about China Inc is an increasingly distant memory». Este tipo de análisis, cada vez más recurrente, coincide con lo que se ha dado en llamar «Estrategia China + Uno«, cuyas manifestaciones más visibles son, por un lado, el «decoupling» (desacoplamiento); y, por otro, el «friendshoring» (externacionalización de la producción en países amigos).
Una Estrategia que un creciente número de compañías extranjeras -occidentales sobre todo-, a resultas de la incertidumbre que en estos momentos reina en el mercado chino, han empezado a poner en práctica mediante el desplazamiento de los centros fabriles a determinados países del Sudeste Asiático. Entre ellos, unos, como Vietnam, aprovechándose de la tendencia de diversificación de la «Estrategia China + Uno», se han centrado en el desarrollo de la tecnología de la información (TI) y la fabricación electrónica; otros, como Malasia, en el de la industria textil, eléctrica y electrónica, o, como Tailandia, en el de la industria electrónica y de automoción; y otros, como Indonesia, por último, en el de la información y la comunicación. Así, en este escenario, estos países («the tiger cub economies») explotan esta estrategia, complementando las operaciones de fabricación en China con unidades de producción en sus propios mercados.
A estas alturas, hay ya numerosos testimonios de esta Estrategia, como lo prueban, entre otros, el traslado, por parte de Apple, de los procesos de ensamblaje de sus dispositivos a Vietnam, lo que en última instancia supondrá que el porcentaje de productos Apple hechos en China descienda del 95% al 75% en 2025; la deslocalización de la producción de L’Oréal a Indonesia, con una inversión de 50 millones de dólares en una nueva planta; la reubicación de Intel o Infineon Technologies, con unidades de ensamblaje (7.000 millones de dólares) y de producción ( 2.000 millones de dólares) en Malasia (Penang y Kulim, respectivamente). Ello pone de relieve el importante papel de estos mercados, realzado por una mano de obra más barata, unas atractivas exenciones fiscales y una logística competitiva, potenciado aún más, si cabe, por las oportunidades que ofrecen, en el marco multilateral, la Comunidad Económica ASEAN y la Asociación Económica Integral Regional.
A pesar de que la «Estrategia China + Uno» se ha ido consolidando de forma progresiva con el paso del tiempo, ha habido quien no ha dejado de poner en duda esta consolidación, destacando, con fundamento o sin él, la existencia de problemas en los controles de calidad, en los programas de producción o en la protección de los diseños en estos mercados sudesteasiáticos. Mas lo cierto es que China, advertida de esta consolidación, ha intentado controlarla, como lo confirma el portal china.org en el caso del sector textil, al reconocer que un tercio de las empresas manufactureras chinas han transferido su producción, total o parcialmente, a dichos mercados, en línea con la política del gobierno chino de cambiar su modelo de crecimiento, o más bien de sumarse a una tendencia que no sólo parece inevitable, sino que por añadidura puede contribuir, aunque sea indirectamente, a aumentar la influencia china en la zona, como una muestra más de su ascendente «soft power».
Antonio Viñal
Abogado
AVCO Legal
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