Hace unos días, el nuevo Primer Ministro malasio, Ismail Sabri Yaakob, que sustituyó a Muhyiddin Yashin a finales del pasado mes de agosto, presentó el Duodécimo Plan Malasia 2021-2025. Un Plan de desarrollo económico y social que sucede al de 2016-2020, y que persigue una «Malasia próspera, inclusiva y sostenible», en línea con lo establecido en la «Visión de una prosperidad compartida 2030» y en la «Agenda de desarrollo sostenible 2030», destinadas a cambiar el modelo económico malasio y a reestructurar el ecosistema empresarial, de forma más ambiciosa, si cabe,  que las que les han precedido en el tiempo, a saber,  la Nueva Política Económica (1970-1991), el Plan de Desarrollo Nacional (1991-2001) y la Política de Visión Nacional (2001-2020).

Pues bien, ¿cómo está estructurado este  Plan, continuación, en cierto modo, del Plan de Recuperación Nacional, adoptado para hacer frente a las secuelas de la pandemia? ¿Cuáles son los retos a los que se va a enfrentar para alcanzar su objetivo último de una «Malasia próspera, inclusiva y sostenible»? ¿Con qué medios cuenta para poder alcanzar este objetivo, superando así los de los planes anteriores? ¿ Cómo va a afectarle un entorno económico y social todavía condicionado por la pandemia y que no va a ser fácil superar? ¿ Qué oportunidades presenta no sólo para los empresarios locales, sino sobre todo para los empresarios extranjeros, y de forma muy particular para los empresarios españoles? ¿Cómo va a cambiar el marco regulatorio todavía vigente?.

Con el fin de conseguir este triple objetivo de prosperidad, inclusión y sostenibilidad, el Plan está estructurado, de forma un tanto compleja, primero, en conceptos o criterios clave; segundo, en elementos o instrumentos catalizadores; y tercero, en puntos de inflexión. Los conceptos o criterios clave, que determinan su alcance, son el restablecimiento de la economía; el fortalecimiento de la seguridad, el bienestar y la inclusión; y la promoción de la sostenibilidad. Los elementos o instrumentos catalizadores, que precisan su contenido, son, a su vez, el desarrollo del talento; la dinamización de la tecnología y la innovación, la mejora de la conectividad y las infraestructuras de transportes; y el reforzamiento del servicio público. Los puntos de inflexión, llamados a cambiar las reglas de juego, varían, caso por caso, en función de los conceptos o elementos mencionados.

En este contexto, los retos, bajo la forma de conceptos o criterios clave, o incluso bajo la de elementos o instrumentos catalizadores, resultan fácilmente identificables. Pero, ¿y las oportunidades? ¿en dónde se encuentran las oportunidades? ¿en qué áreas o sectores de la economía? ¿cómo pueden beneficiar a potenciales inversores?. A través de una lectura detenida del plan puede observarse que se priorizan algunos sectores sobre otros, en concreto ocho áreas o sectores estratégicos considerados de alto impacto, como la energía y la electrónica, los servicios globales, la tecnología aeroespacial, las industrias creativas, la alimentación halal, la agricultura inteligente y la biomasa; y, también, entre otros, la economía digital, la R&D&C&I, la infraestructura de los transportes (portuaria, en especial) y el ecosistema logístico.

Es cierto que el Plan no deja ser un programa, y que, por serlo, precisa, para su desarrollo y ejecución, de tres cosas fundamentales: una estabilidad política que dé confianza a propios y extraños; un marco regulatorio abierto, flexible y, sobre todo, seguro, que en lo posible desarrolle y mejore el existente con nuevos  incentivos; y una administración ágil y eficiente, que simplifique los procedimientos en vigor y reduzca las cargas burocráticas existentes. Si se dan estas circunstancias, la inversión, en particular la extranjera, aumentará, y con ella las posibilidades de que Malasia  pase de un PIB del 2,7% a otro de  entre el 4,5% y el 5,5%; de una renta per cápita de 42.503 ringgits a otra de  57.882 ringgits; y de un índice de bienestar del 0,5% a otro del 1,2%, entre otros indicadores.

Antonio Viñal

Abogado